Biografía
"Es el don de Dios a
nuestro tiempo”, gran Mística, Maestra de la vida espiritual, Profeta que
recordó al mundo la verdad bíblica sobre el amor misericordioso de Dios a cada
persona y llama a proclamarla al mundo mediante el testimonio de vida, la obra,
la palabra y la oración.
Apóstol de la Divina
Misericordia, Secretaria de Jesús Misericordioso, Profeta de nuestro tiempo,
gran Mística, Maestra de la vida espiritual he aquí los títulos más frecuentes
que acompañan al nombre de Santa Sor Faustina Kowalska de la Congregación de la
Madre de Dios de la Misericordia que forma parte del círculo de los santos más
conocidos y queridos y también de los mayores místicos de la Iglesia.
Nació el 25 de agosto de
1905, en la aldea de Głogowiec, como la tercera hija entre diez hermanos de la
familia de Mariana y Estanislao Kowalski. Dos días después, en el bautizo
celebrado en la iglesia parroquial de Świnice Warckie, se le impuso el nombre
de Elena. A los 9 años recibió la Primera Comunión. Su educación escolar duró
apenas tres años. Después trabajó como sirvienta en casas de acomodadas
familias de Aleksandrów Łódzki y Łódź. Desde los siete años sintió en su alma
el llamado a servir a Dios, pero los padres no le daban permiso para entrar en
el convento. Sin embargo, apresurada por la visión de Cristo sufriente, en
julio de 1924 salió para Varsovia para buscar lugar en un convento. Tuvo que
trabajar de sirvienta un año más para poder aportar una pequeña dote. El 1 de
agosto de 1925 ingresó en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios
de la Misericordia en Varsovia, en la calle Żytnia.
En esta Congregación vivió
13 años cumpliendo los deberes de cocinera, vendedora en panadería, jardinera y
portera en distintas casas. Los períodos más largos los pasó en Cracovia, Vilna
y Płock. Padecía tuberculosis pulmonar y del tubo digestivo, por eso pasó más
de 8 meses en el hospital de Prądnik, en Cracovia. La enfermedad le causaba
grandes sufrimientos, sin embargo fueron mucho mayores los tormentos que
soportaba como un sacrificio voluntario por los pecadores y como Apóstol de la
Divina Misericordia. Experimentó muchas gracias extraordinarias: revelaciones,
éxtasis, estigmas ocultos, los dones de bilocación, de leer en las almas
humanas y también de promesas y desposorios místicos.
La tarea fundamental de
Sor Faustina fue transmitir a la Iglesia y al mundo el mensaje de la
Misericordia que recuerda la verdad bíblica de la fe sobre el amor
misericordioso de Dios a cada persona, llama a confiar a Dios nuestra vida y
amar activamente al prójimo. Jesús le mostró cuán profunda es su misericordia y
comunicó las nuevas formas de culto: la imagen con la inscripción „Jesús, en Ti
confío”, la Fiesta de la Misericordia, la Coronilla a la Divina Misericordia y
la oración en la hora de su agonía en la cruz llamada la Hora de la
Misericordia. A cada una de estas formas y a la proclamación del mensaje de la
Misericordia vinculó grandes promesas con tal de cuidar de la actitud de
confianza en Dios, es decir, de cumplir su voluntad y ejercer la misericordia
al prójimo.
Sor Faustina falleció el 5
de octubre de 1938 en el convento de Cracovia-Łagiewniki, a los apenas 33 años.
De su carisma y su experiencia mística nació el Movimiento Apostólico de la
Divina Misericordia que continúa su misión, proclamando al mundo el mensaje de
la Misericordia a través del testimonio de vida, la obra, la palabra y la
oración. El 18 de abril de 1993, el Santo Padre Juan Pablo II elevó a Sor
Faustina a la gloria de los altares y el 30 de abril de 2000 la canonizó. Las
reliquias de la Santa descansan en el Santuario de la Divina Misericordia
enCracovia- Łagiewniki.
El Santo Padre Juan Pablo
II escribió que en una época de grandes totalitarismos Sor Faustina se hizo
portavoz del mensaje de que la única fuerza capaz de equilibrar el mal de los
mismos es la verdad sobre la misericordia de Dios. Llamó su „Diario” „el
ewangelio de la misericordia escrito en perspectiva del siglo XX”, que permitió
a la gente sobrevivir las sumamente dolorosas experiencias de esos tiempos.
Este mensaje – dijo el Santo Padre Benedicto XVI – es realmente central para
nuestro tiempo: la Misericordia como fuerza de Dios, como límite divino contra
el mal del mundo.
1. Niña bendita
Estanislao Kowalski y
Mariana Babel después de casarse compraron un par de „morga” (”morga” es una
medida agraria polaca, 56 áreas aproximadamente) lejos de las carreteras y de
las ciudades. Pronto construyeron una
casa de planta baja y las dependencias. En la iglesia parroquial de San
Casimiro en Świnice Warckie fueron bautizados todos los hijos de los Kowalski,
allí recibieron la Primera Comunión y allí participaban en la santa Misa todos
los domingos y fiestas. El 27 de agosto de 1905, el párroco José Chodyński
anotó en el registro parroquial: Sucedió en Świnice el 27 de agosto de 1905, a
la una de la mañana. Se presentaron: Estanislao Kowalski – agricultor de 40
años, Francisco Bednarek de 35 años y José Stasiak de 40 años – agricultores de
Głogowiec, con un bebé de sexo femenino, nacido de Mariana Babel de 30 años, en
la aldea de Głogowiec, el 25 de agosto de 1905 a las 8 de la mañana. En el
Santo Bautismo se impuso a la niña el nombre de Elena. Asistieron los padrinos:
Konstanty Bednarek y Mariana Szewczyk (Szczepaniak).
Los Kowalski llevaban una
vida tranquila marcada por la oración y el trabajo. Dios estaba en primer lugar
cada día y no solamente los domingos y las festividades familiares. Desde por
la mañana el padre cantaba „godzinki”
(canciones populares polacas en honor de María, basadas en la Liturgia de las
Horas) y otras canciones religiosas. Cuando la madre le regañaba porque iba a
despertar a los niños, contestaba: Desde pequeños deben aprender que el más
importante es Dios. De las paredes colgaban cuadros de temas religiosos y en el
lugar central del dormitorio estaba un pequeño altar con Jesús crucificado y
dos figuritas de loza: la del Sagrado Corazón de Jesús y la del Corazón
Inmaculado de María. Por las noches todos se reunían para orar en común. En
mayo, delante de la capilla que se encontraba delante de la casa, cantaban la
„Letanía Loretana” y en octubre rezaban juntos el rosario. En las tardes
dominicales, de una pequeña biblioteca casera el padre sacaba biografías de los
santos para leerlas en común.
Para mantener a su
numerosa familia, además de trabajar en el campo, el padre se dedicaba también
a la carpintería en su pequeño taller. Era exigente consigo mismo y con los
niños. No toleraba las más pequeñas desobediencias. La madre se ocupaba de la
casa y de la educación de los niños. Con la bondad que la caracterizaba
enseñaba a sus hijos a trabajar en casa y en la granja y a cumplir
responsablemente con los deberes encargados. Aunque no sabía leer, fue ella
quien enseñó a sus hijos las verdades de la fe y las normas morales y los
preparó para la Primera Comunión.
En tal ambiente de la casa
familiar iba creciendo la pequeña Elena, desde los siglos elegida por Dios para
ser profeta de nuestro tiempo. Pero algo la distinguía de sus hermanos y otros
niños del pueblo. La madre notó que a la niña le gustaba mucho orar. Incluso
durante la noche, se levantaba de la cama, se ponía de rodillas y oraba. Cuando
le decía: Te vas a volver loca de despertarte tanto y no dormir, Elenita
contestaba: Mamita, será el ángel que me despierta para que no duerma y ore.
Al cumplir 7 años, por
primera vez experimentó el amor de Dios de modo palpable. Estaba en vísperas –
recordó después de años – y el Señor Jesús estaba expuesto en la custodia,
entonces, por primera vez se me comunicó el amor de Dios y llenó mi pequeño
corazón y el Señor me hizo comprender las cosas divinas (Diario 1404). Con gran
emoción se preparaba para la Primera Comunión. La recibió del padre Roman
Pawłowski en la iglesia parroquial. Regresaba a casa consciente de la presencia
del Huésped Divino en su alma. Cuando una vecina la preguntó por qué no iba
junto con sus amigas sino sola, contestó: No voy sola, voy con el Señor Jesús.
La sensibilidad a la presencia del Dios vivo en el alma se notaba ya en su niñez
e iba creciendo durante toda la vida junto con la sensibilidad a las
necesidades de otras personas.
Desde la niñez se
distinguía por “la imaginación de la caridad”. Veía a su alrededor a los pobres
y necesitados que venían al pueblo para pedir pan y limosna. No sólo los veía
sino que también pensaba en cómo ayudarlos. Una vez organizó una tómbola, otra
se puso la ropa vieja de su mamá y disfrazada de mendiga fue de casa en casa
pidiendo limosna que posteriormente entregó al párroco para las necesidades de
los pobres. La querían todos, recordaba la madre, era la elegida y la mejor de
todos los hermanos. Humilde y silenciosa, dispuesta a cualquier tipo de trabajo
y a ayudar a todos, pero al mismo tiempo alegre y siempre sonriente.
No sólo los padres notaban
la bondad de la pequeña Elena, su sensibilidad hacia Dios y a los hombres y su
gran obediencia. Tenéis una niña buena, humilde y muy inocente elogiaba a
Elenita la vecina Mariana Berezińska. – Ah, esta Kowalska tiene una niña
elegida decía a otros vecinos. También los hermanos y otros niños veían en
Elenita a quien pensaba de otra manera, renunciaba a los juegos campestres, le
gustaba la oración y los libros sobre los santos. Desde pequeña le gustaba
hablarnos de los santos, peregrinos y ermitaños que se alimentaban solamente de
raíces, bayas y miel silvestre – recordaba su hermano Estanislao.- Para agradar
al padre, de la pequeña biblioteca casera sacaba libros sobre los santos u
otros temas religiosos y los leía en voz alta. Leyendo sobre la vida de
ermitaños y misioneros, memorizaba todo y al día siguiente, pastando reses, nos
contaba a nosotros y a los demás con todos los detalles las historias leídas.
Decía a los niños que cuando sea mayor entraría en un convento pero nos reíamos de eso. No la comprendíamos.
Cuando en 1917, tras la
liberación de estas tierras del dominio ruso, en Świnice Warckie fue organizada
la educación primaria, Elenita empezó su educación escolar. Ya sabía leer,
porque se lo había enseñado el padre. Era una alumna talentosa, asimilaba el
saber sin dificultades, sin embargo, tres años más tarde tuvo que interrumpir
la educación escolar para ceder lugar a otros niños más pequeños. Como a la
familia no le sobraba nada, Elena, al igual que sus hermanas mayores, fue a
trabajar de sirvienta en casas de familias acomodadas.
2. Una claridad extraordinaria
Al cumplir 16 años, por
primera vez se despidió de sus padres y sus hermanos y abandonó la casa
familiar. Fue a Aleksandrów Łódzki donde vivían los señores Leocadia y Casimiro
Bryszewski, que tenían una panadería y una tienda en la calle Parzęczewska 30
(ahora 1 Maja 7) y necesitaban una chica para ayudar en casa y para ocuparse de
su hijo único, Zenek. Mamá atendía a los clientes – recordaba después de años –
y Elenita hacía la limpieza, ayudaba a cocinar, tenía que fregar, tirar la
basura, traer agua porque en casa no había tuberías de agua. Servía también
comida a los trabajadores de la panadería a quienes mis padres daban de comer.
Y si el tiempo lo permitía me entretenía a mí. Tenía muchísimo trabajo porque
la casa tenía cuatro estancias, la tienda y la panadería.
Un día Elenita vio allí
una gran claridad. Pensó que era un incendio y puso grito en el cielo en el
momento cuando los panaderos estaban metiendo el pan en el horno. La alarma resultó
falsa. Poco después de este misterioso acontecimiento regresó a Głogowiec para
pedir a sus padres permiso para entrar en el convento. Los Kowalski, aunque muy
piadosos, no deseaban tal destino para la mejor de sus hijas y dijeron que no,
alegando como excusa la falta de dinero para la dote. Pues Elenita volvió a ser
sirvienta. Esta vez viajó a Łódź. Vivió en casa de su tío Miguel Rapacki, en la
calle Krośnieńska 9 y trabajó en la casa de tres terciarias franciscanas. Al
comenzar este trabajo se reservó el derecho de tener cada día el tiempo libre
para la santa Misa, para visitar a los enfermos y agonizantes y de beneficiarse
de la asistencia espiritual del confesor de las hermanas.
El 2 de febrero de 1923,
con una oferta de trabajo de la oficina de colocación, se presentó en casa de
Marcjanna Sadowska, propietaria de una tienda de alimentación , en la calle
Abramowskiego 29, que necesitaba ayuda para cuidar de sus tres hijos. Cuando yo
salía de casa – recordaba la señora Sadowska a su sirvienta – estaba tranquila
porque ella hacía todo mejor que yo. Amable, tratable, trabajadora. No puedo
decir nada malo de ella, porque era más que buena. Tan buena que no hay
palabras para expresarlo. Cuidaba no sólo de los niños de su patrona sino
también de los necesitados que en aquel entonces no faltaban. En la casa donde
vivía, en un escondite de debajo de la escalera, vivía un hombre enfermo.
Elenita le traía comida y ayudaba cuando era necesario. Se preocupó también por
su salvación llevándole a un sacerdote.
Al cumplir 18 años Elenita
volvió a pedir a sus padres permiso para entrar en el convento. Obtuvo otra
negativa. Después de esa negativa – escribió en el Diario – me entregué a las
vanidades de la vida sin hacer caso alguno a la voz de la gracia, aunque mi alma
en nada encontraba satisfacción. Las continuas llamadas de la gracia eran para
mí un gran tormento, sin embargo intenté apagarlas con distracciones (Diario
8). No rechazó, pues, la invitación a una fiesta en el parque “Venecia”. En el
momento en que empecé a bailar – apuntó en el Diario – de repente vi a Jesús
junto a mí. A Jesús martirizado, despojado de sus vestiduras, cubierto de
heridas, diciéndome esas palabras: ¿Hasta cuándo me harás sufrir, hasta cuándo
me engañarás? (Diario 9). Bajo el pretexto del dolor de cabeza abandonó a sus
acompañantes y se fue a la iglesia más cercana a la catedral de San Estanislao
Kostka. Allí, postrándose en cruz delante del Santísimo Sacramento, rogó al
Señor que le indicara que debía de hacer en adelante. Ve inmediatamente a
Varsovia, allí entrarás en un convento, oyó como respuesta. Sin volver a pedir
permiso a los padres, recogió sus cosas y salió para la capital.
En Varsovia, el párroco de
la iglesia de Santiago, el padre Santiago Dąbrowski a quien se dirigió Elenita
pidiendo ayuda, le dio una tarjetita donde escribió que no conocía a la chica
pero deseaba que sirviera y la envió a Ostrówek, municipio de Klembów, donde
vivían los señores Aldona y Samuel Lipszyc que necesitaban ayuda para cuidar a
sus niños. En su casa Elenita encontró un asilo del que salía para buscar un
convento y al encontrarlo, volvió allí para reunir el dinero necesario para una
pequeña dote. Recuerdo su risa sana y alegre – recordó después de años Aldona
Lipszyc – Cantaba mucho. La canción que siempre me la evoca y que ella cantaba
muchísimo es: “He de adorar a Jesús escondido en el Sacramento…”. La aprendí de
ella.
Los señores Lipszyc
trataban a Elenita como miembro de la familia. Todos la querían y respetaban
mucho porque era laboriosa, alegre, sabía ocuparse de los niños. Como tenía
todas las características necesarias para ser buena esposa y madre, la señora
Lipszyc pensó en casarla. Sin embargo Elenita sentía que su corazón era tan
grande que no lo podía llenar ningún amor humano, solamente Dios mismo. Eso fue
durante la octava de Corpus Cristi. Dios llenó mi alma con una luz interior
para que lo conociera más profundamente como el bien y la belleza supremas –
describió, años después, el acontecimiento más importante de cuando estaba en
Ostrówek- Comprendí cuánto Dios me amaba. Es eterno su amor hacia mí. Eso fue
durante las vísperas. Con las palabras sencillas que brotaban del corazón, hice
a Dios los votos de castidad perpetua. A partir de aquel momento sentí una
mayor intimidad con Dios, mi Esposo. En aquel momento hice una celdita en mi
corazón donde siempre me encontraba con Jesús (Diario 16).
3.”Te llamé aquí”
De Ostrówek iba en tren a
Varsovia para buscar lugar en un convento. Pero donde llamaba, la despedían.
Por fin, llamó a la casa de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios
de la Misericordia. Nada especial, un poco mayorcita, de complexión bastante
débil, sirvienta, de profesión cocinera y con todo esto sin la dote, sin el más
pequeño ajuar. Una delgaducha, enclenque, pobre, sin expresión, nada
prometedora – relató la madre Margarita Gimbutt su primera impresión del
encuentro con Elenita a la superiora general, la madre Leonarda Cielecka que
con desgana admitía a la Congregación a las personas procedentes de ese medio
social. Escuchó este relato la superiora de la casa de Varsovia, la madre
Micaela Moraczewska que propuso hablar personalmente con la candidata. Por la
puerta entreabierta del locutorio vio una muchacha humilde, de apariencia un
poco descuidada, por lo que en un primer momento pensó despedirla, pero después
vino la reflexión de que el amor al prójimo le empujaba primero hablar con
ella. Al comenzar la conversación notó que la candidata tenía muy buena
presencia y tuvo ganas de recibirla, pero antes le ordenó ir al Dueño de la
casa y preguntarle si la recibía. Elenita comprendió que debía ir a la capilla.
Durante la oración oyó estas palabras: Te recibo, estás en mi Corazón (Diario
14). Cuando regresó al locutorio repitió eso a la superiora y ella le contestó:
Si el Señor te ha recibido, yo también te recibo. La pobreza era el principal
obstáculo para la inmediata entrada de Elenita en el convento. La superiora le
sugirió, pues, que trabajara todavía algún tiempo de sirvienta para ahorrar así
una cuota para comprar el ajuar y para afirmarse en su vocación.
El 1 de agosto de 1925, en
vísperas de la fiesta de la Madre de Dios de los Ángeles vino el momento
deseado cuando Elena Kowalska pasó el umbral de la clausura del convento. Me
sentía sumamente feliz – apuntó en el Diario – me pareció que entraba en la
vida del paraíso. De mi corazón brotó una sola oración, la de acción de gracias
(Diario 17). Sin embargo tres semanas después notó que en este convento había
poco tiempo para la oración, por lo que quiso trasladarse „a un convento de
regla más estricta”. Por la noche, cuando oraba postrándose en cruz en su
celda, vio el rostro dolorido de Jesús y le preguntó: ¿Quién te ha causado
tanto dolor?- Tú me vas a herir dolorosamente – contestó Jesús – si sales de
este convento. Te llamé aquí y no a otro lugar y te tengo preparadas muchas
gracias (Diario 19). Pidió perdón al Señor Jesús e inmediatamente cambió la
decisión que había tomado.
Pocas semanas después de
entrar en el convento, la superiora envió a la postulante Elenita, junto con
dos otras hermanas, a la casa de descanso de Skolimów, en las cercanías de
Varsovia, para que recuperase la salud deteriorada por severos ayunos
practicados en casa y cuando trabajaba de sirvienta, así como por sus vivencias
espirituales y el cambio de vida. En Skolimów preguntó a Jesús ¿por quién debía
orar? En respuesta tuvo una visión del Purgatorio durante la cual conoció que
el mayor tormento de las almas que están en este lugar nebuloso, lleno de fuego
es la añoranza de Dios. En el fondo de su alma oyó estas palabras: Mi
misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige (Diario 20). A partir de
aquel momento Elenita oró con más fervor por las almas del Purgatorio para
ayudarlas y Dios le permitió tener una relación más estrecha con ellas.
En aquel entonces la madre
Juana Olga Bartkiewicz era la maestra del postulantado que es el primer período
de la vida religiosa. A las postulantes que se preparaban para la vida en el
convento, les tenía mucho cariño, pero al mismo tiempo, era exigente y rigurosa
para con ellas. Decía de Elenita que tenía una vida interior especial y que
debía ser un alma agradable al Señor Jesús. La hermana Simeona Nalewajk que
junto con Elenita estaba en el postulantado, la admiraba por tomar con
humildad, sin discutir, todas las amonestaciones y humillaciones. Me sorprendía
– escribió en sus memorias – que una postulante principiante tuviera tanta
bondad y se dominara tanto. Elenita, guiada por una fe viva, se comportaba así
para asemejarse a Jesús que confiaba en el Padre Celestial incluso en la cruz y
que a lo largo de toda su vida fue manso y de corazón humilde, amaba a todos
con un amor paciente, comprensivo y sacrificado.
Elenita pasó los últimos
meses del postulantado en la casa del noviciado de Cracovia donde llegó el 23
de enero de 1926. Por aquel entonces la madre Margarita Gimbutt era la maestra
del noviciado. Era una persona entregada a la oración que con celo practicaba
mortificaciones. Mansa y humilde, educaba a las jóvenes, ante todo, con el
ejemplo de su vida. Fue ella quien preparó a Elenita para la toma de hábito y
la guío durante los primeros meses del noviciado.
4.”A partir de hoy te llamarás Sor María Faustina”
A partir de hoy no
llevarás tu nombre de bautismo, sino que te llamarás Sor María Faustina – estas
palabras oyó Elena durante la ceremonia de la toma de hábito, el 30 de abril de
1926. Durante el acto se desmayó dos veces. La hermana Clemensa Buczek que la
ayudó a quitarse el vestido blanco y el velo y ponerse la ropa de monja, pensó
que el desmayo se debió a las vivencias relacionadas con abandonar el mundo.
Pero, como resultó después, Dios le dio a conocer lo mucho que iba a sufrir.
Ella vio claramente a lo que se estaba comprometiendo. Ese sufrimiento duró un
minuto y Dios volvió a colmar su alma con muchos consuelos.
El 20 de junio de 1926,
dos meses después de haber entrado Sor Faustina en el noviciado, cambió su
maestra. La madre Margarita Gimbutt fue sustituida por la madre Josefa Brzoza
que se había preparado para esa función en Laval, de donde la fundadora de la
Congregación, la madre Teresa Eva de los príncipes Sułkowski, condesa Potocka,
recogió los modelos de la vida conventual y de trabajo apostólico en Polonia.
La maestra era una persona de saber profundo y de mucha experiencia personal
que introducía a las novicias en la vida conventual enseñándoles el profundo
conocimiento de Dios, la oración y la adecuada ascesis para que su piedad no
fuera „blanda”, basada en sentimientos, sino sólida y encaminada a la cada vez
más profunda unión con Dios a través de la obediencia, la humildad, el amor
sacrificial por el prójimo y el celo por la salvación de las almas confiadas al
cuidado apostólico de la Congregación. Sor Faustina era una alumna aplicada que
cumplía fiel y exactamente sus deberes. Estuvimos juntas en el noviciado un año
– recuerda la hermana Crescencia Bogdanik – y vi que Sor Faustina cumplía sus
deberes con mucho celo. Siendo yo mayor que ella en el noviciado, era su tutora
(su „ángel” como decíamos en el convento). La introducía en la vida del
convento y admiraba la facilidad con la que asimilaba todo. No tenía que
repetirle nada dos veces, como es frecuente con otras novicias. Y siempre se
notaba una alegría de niña en su cara. En aquel entonces Sor Faustina hablaba
mucho de la misericordia de Dios – recuerda la hermana Simeona Nelewajk – y yo,
para contrastarla, acentuaba la justicia Divina. Pero con sus argumentos ella
vencía siempre. Bromeando, las hermanas la llamaban „jurista”, porque sabía
encaminar la conversación hacia las verdades de Dios. La querían y durante el
recreo la rodeaban y cada una quería estar cerca de ella, porque sus pensamientos
y charlas se referían a Dios, pero al mismo tempo estaba alegre.
Su alegría decayó un poco
al final del primer año de noviciado, cuando en su vida empezó el período de
muy dolorosas experiencias espirituales, las llamadas „noches pasivas”. Al final
del primer año de noviciado – apuntó en el Diario – en mi alma empezó a
oscurecer.No sentía ningún consuelo en la oración, la meditación venía con gran
esfuerzo, el miedo empezó a apoderarse de mí. Penetré más profundamente en mi
interior y lo único que vi fue una gran miseria. Vi también claramente la gran
santidad de Dios, no me atrevía a levantar los ojos hacia Él, pero me postré
como polvo a sus pies y mendigué su misericordia. No entendía lo que leía, no
podía meditar. Me parecía que mi oración no agradaba a Dios. Cuando me acercaba
a los santos sacramentos, me parecía que ofendía más aún a Dios. Sin embargo el
confesor no me permitió omitir ni una sola Santa Comunión. Dios actuaba en mi
alma de modo singular. No entendía absolutamente nada de lo que me decía el
confesor. Las sencillas verdades de la fe se hacían incomprensibles, mi alma
sufría sin poder encontrar satisfacción en alguna parte. Hubo un momento en que
me vino la fuerte idea de que era rechazada por Dios. Esta terrible idea
atravesó mi alma por completo. En este sufrimiento mi alma empezó a agonizar. Quería
morir, pero no podía (Diario 23).
En estas experiencias tan
dolorosas, Sor Faustina tuvo la ayuda de la maestra del noviciado que no sólo
reconoció perfectamente el estado de alma de su novicia, lo que no fue nada
fácil, sino que también adoptó medios correspondientes. Le encomendó que, en
vez de largas oraciones que necesitaban más recogimiento y empeño, rezara jaculatoria
y de este modo se sometiera a la voluntad de Dios. Le explicó que Dios es
siempre Padre, aunque someta a pruebas, pero estas experiencias habían de
prepararla para una estrecha unión con Dios.
En aquellas noches pasivas
de espíritu había momentos de luz y gozo, cuando Dios le permitía sentir su
amor o cuando venía a su auxilio la Madre de Dios. Fue feliz también en la
ceremonia de los primeros votos, presidida por el obispo Estanislao Rospond, el
30 de abril de 1928. Al convento de Cracovia-Łagiewniki llegaron entonces los
padres de Sor Faustina. Fue su primer encuentro desde hacía algunos años.
Encontraron a su hija feliz y muy alegre. Ves, papá le – dijo al padre que se
oponía categóricamente a que entrara en el convento – Éste, a quien he votado,
es mi esposo y tu yerno. Tal argumento y la felicidad de su hija, convencieron
a los padres y en aquel momento aceptaron su vida de monja.
Tras los primeros votos
Sor Faustina se quedó en Cracovia unos meses más.En octubre de 1928, la
Congregación celebró el Capítulo General, durante el cual fue elegida la nueva
superiora general, la madre Micaela Olga Moraczewska que era una persona
instruida (estudió en el Conservatorio de Música, hablaba varios idiomas),
tenía gran espíritu (ofreció su vida por la salvación de las almas), durante 18
años guío la vida espiritual y apostólica de toda la Congregación. Después de
las revelaciones de Sor Faustina, la madre Micaela dejó llevar el timón de la
Congregación a María, Madre de la Misericordia – la Superiora General
Celestial. La madre Micaela gozaba de gran confianza de Sor Faustina para quien
era una gran ayuda en la realización de su vocación y una persona providencial
para reconocer su profética misión.
En los primeros años de
juniorado, es decir, después de la primera profesión, Sor Faustina trabajó en
muchas casas de la Congregación. Primero en Varsovia, en la calle Żytnia. En
1929 fue a Vilna para sustituir a la hermana Paulina Basiura que iba a tener su
tercera probación. Después regresó a la calle Żytnia de Varsovia para
trasladarse después a la nueva casa de la Congregación, en el barrio varsoviano
de Grochów, en la calle Hetmańska. Ese mismo año fue también a Kiekrz, cerca de
la ciudad de Poznań para sustituir en la cocina a la hermana Modesta
Rzeczkowska que estaba enferma. Más tarde regresó otra vez a Varsovia, a la
calle Żytnia, pero allí se quedó poco tiempo. Las circunstancias se disponían
de este modo explicó estas frecuentes mudanzas la superiora general – que a
menudo debía trasladar a Sor Faustina de una casa a otra, así que trabajó en
casi todas las casas de la Congregación. Después de estar poco tiempo en
Varsovia, en la calle Żytnia y en el barrio de Grochów, volvió otra vez a Płock
y de allí fue a Biała que es una colonia agrícola de la casa de Płock. En
Płock, hasta su tercera probación trabajó, sobre todo, en una tienda vendiendo
pan de la panadería local.
5.”Pinta una imagen”
Sor Faustina llegó al
convento de Płock en mayo o junio de 1930 y fue allí donde empezó su gran
misión profética. Era domingo, 22 de febrero de 1931. Al anochecer, cuando
llegó a su celda vio al Señor Jesús con una túnica blanca. Tenía la mano
derecha levantada para bendecir y la mano izquierda tocaba la túnica sobre el
pecho del que salían dos rayos: rojo y pálido. Después de un momento Jesús le
dijo: Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, en Ti confío.
Deseo que esta imagen sea venerada primero en vuestra capilla y [luego] en el
mundo entero. Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. También
prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos y, sobre todo, a
la hora de la muerte. Yo mismo la defenderé como mi gloria (Diario 47- 48).
Cuando Sor Faustina contó
lo ocurrido durante la confesión, el sacerdote le dijo que pintara la imagen de
Jesús en su alma. Pero cuando salió del confesionario, el Señor Jesús le
explicó: Mi imagen está en tu alma. Deseo que haya una fiesta de la
Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel, sea bendecida
con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese
domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia. Deseo que los sacerdotes
proclamen esta gran misericordia que tengo a las almas pecadoras (Diario 49- 50).
Asegurada por Jesús de que se trataba de una imagen material, se lo dijo a la
superiora local, la hermana Rosa Kłobukowska que pidió una señal como prueba de
la veracidad de esas revelaciones. Jesús dijo a Sor Faustina que daría tal
señal a través de las gracias que concedería por medio de esta imagen. Sor
Faustina no sabía pintar, pero para cumplir el deseo de Jesús pidió a la
hermana Bożenna Pniewska que la ayudara. Yo no sabía pintar – recuerda la
hermana Bożenna – y sin saber que se trataba de una nueva imagen, le propuse
escoger una estampita de entre muchas estampitas bonitas que tenía. Me dio las
gracias por lo que le había ofrecido, pero no lo aceptó.
En el convento de Płock se
empezó a murmurar sobre alguna revelación de Sor Faustina. Las hermanas
comenzaron a tratarla con escepticismo: algunas le advertían de una ilusión,
otras la regañaban por ser histérica y exaltada y otras todavía decían con
admiración que estaría cerca de Jesús, visto que soportaba tanto sufrimiento
con tanta calma. Decidí soportar todo en silencio y no dar explicaciones a las
preguntas que me hacían – apuntó Sor Faustina en el Diario – A algunas les
irritaba mi silencio, especialmente, a las más curiosas. Otras, de pensamiento
más profundo, decían que seguramente Sor Faustina estaría muy cerca de Dios,
visto que tenía la fuerza de soportar tantos sufrimientos (Diario 126).
Pero el mayor sufrimiento
lo causaba la incertidumbre referente a la procedencia de las revelaciones. Las
superioras la enviaban a los sacerdotes y los sacerdotes a las superioras. Sor
Faustina anhelaba que algún sacerdote solucionara esa cuestión con autoridad y
le dijera esta única palabra: Quédate tranquila, estás en un buen camino, o
bien rechaza todo eso, porque no viene de Dios (Diario 127). En tal situación
trataba de evitar al Señor y cuando Él venía, le preguntaba: Jesús, ¿eres Tú mi
Dios o eres un fantasma? Las Superioras me dicen que existen ilusiones y toda
clase de fantasmas. Si eres mi Señor, te pido, bendíceme. De repente, Jesús
hizo una gran señal de la cruz encima de mí, y yo me santigüé. Cuando pedí
perdón a Jesús por haberle hecho esa pregunta, Jesús contestó que con esa
pregunta no le causé ningún disgusto y el Señor me dijo que mi confianza le
agradaba mucho (Diario 54).
La falta del director
espiritual permanente y la imposibilidad de cumplir las tareas encomendadas
hicieron que Sor Faustina tratara de evitar estas inspiraciones
extraordinarias, pero Jesús le explicaba pacientemente la magnitud de la obra
para la cual la había elegido: Has de saber – decía – que si descuidas la
cuestión de pintar esta imagen y de toda la obra de la misericordia, en el día
del juicio responderás de un gran número de almas (Diario 154). Estas palabras
llenaron su alma de gran temor. Se dio cuenta de que era responsable no
solamente de su propia salvación, sino también de la salvación de otras
personas, por eso decidió hacer todo lo que estaba en su poder y pidió que
Jesús le concediera las gracias necesarias para cumplir su voluntad o que
colmara con estas gracias a otras personas, porque ella solamente las
malgastaba.
En noviembre de 1932, Sor
Faustina abandonó Płock y fue a Varsovia a la llamada „tercera probación”, para
prepararse a los votos perpetuos. Las superioras la mandaron primero a la casa
de la Congregación del cercano Walendów, donde habían empezado los ejercicios
espirituales anuales de ocho días, bajo la dirección del jesuita, el padre
Edmundo Elter, profesor de ética, homiléctica y retórica en la Universidad
Gregoriana de Roma. Durante la confesión, el padre Elter le aseguró de que
estaba en el buen camino y de que su comunión con Jesús no era ninguna
histeria, ni un sueño, ni una ilusión. Le recomendó ser fiel a estas gracias y
prohibió evitarlas. Le dijo que pidiera a Dios un director espiritual que le
permitiera reconocer y cumplir los designios de Dios. Después de los ejercicios
espirituales, llena de agradecimiento y gozo espiritual, regresó a Varsovia
para, durante la tercera probación, junto con dos otras hermanas y bajo la
dirección de la madre Margarita Gimbutt, prepararse a los votos perpetuos.
A finales de abril de 1933
fue a Cracovia para hacer los ejercicios espirituales de ocho días y emitir su
profesión perpetua. Cuando pienso – confesó – que dentro de pocos días voy a
hacerme una sola cosa con el Señor por medio del voto perpetuo, un gozo tan
inconcebible inunda mi alma que no logro describirlo en absoluto (Diario 231).
El 1 de mayo de 1933 tuvo lugar la ceremonia de los votos perpetuos, presidida
por el obispo Estanislao Rospond. Durante el acto, Sor Faustina encomendó a
Jesús toda la santa Iglesia, su Congregación, su familia, todos los pecadores,
los agonizantes y las almas sufrientes en el Purgatorio. Agradeció por la
inconcebible dignidad de la esposa del Hijo de Dios y pidió a la Madre de Dios
una protección especial, aludiendo a su nuevo título. Oh, Madre de Dios,
Santísima María, Madre mía – le dijo – Tú ahora eres mi Madre de modo muy
particular y eso porque Tu amado Hijo es mi Esposo, pues los dos somos Tus
hijos. Por consideración a Tu Hijo, debes amarme (Diario 240). En señal de los
votos perpetuos, de las manos del obispo recibió el anillo con el nombre de
Jesús grabado. A partir de aquel momento sus relaciones con Dios se hicieron
tan estrechas como nunca antes. Sentía que amaba a Dios y que Él la amaba.
6. Los deseos cumplidos
Después de los votos
perpetuos Sor Faustina se quedó en Cracovia todavía casi un mes, beneficiándose
de la asistencia espiritual del padre José Andrasz SJ que al igual que el padre
Edmundo Elter, la afirmó en lo referente a la veracidad de las revelaciones, le
mandó ser fiel a la gracia de Dios y la obediencia. A finales de mayo de 1933
fue enviada a Vilna. De camino se detuvo en Częstochowa para confiarle a la
Madre de Dios su vida y la misión que recibió de Dios.
En Vilna Sor Faustina fue
destinada al jardín, aunque nunca antes había trabajado como jardinera. Acogió
la voluntad de Dios en espíritu de fe, confiando que el Señor Jesús la ayudara,
poniendo en su camino a personas que le aconsejarían: qué y cuándo debía hacer
para que en el jardín hubiera bellas flores, verduras y frutas. Sin embargo no
era esa su mayor preocupación, sino el cumplimiento de la misión que Jesús le
había confiado. Esperaba al sacerdote prometido y la oportunidad de cumplir la
voluntad de Dios referente a pintar la imagen de Jesús Misericordioso. Llegó la
semana de la confesión – relató en el Diario – y con alegría vi a aquel sacerdote
al que había conocido antes de venir a Vilna. Le había conocido en una visión.
En ese momento oí en el alma esas palabras: He aquí mi fiel siervo, él te
ayudará a cumplir mi voluntad aquí en la tierra (Diario 263). Ese sacerdote era
el padre Miguel Sopoćko, profesor adjunto de teología pastoral en la facultad
de Teología en la Universidad “Stefan Batory” y de materias pedagógicas en el
Curso Superior de Profesores, director espiritual del seminario arquidiocesano,
confesor de muchas congregaciones y también confesor semanal de las hermanas de
la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia.
El padre Sopoćko era un
confesor y director espiritual con experiencia, pues al principio trataba de
conocer a su penitente para no dejarse llevar por ilusiones, alucinaciones, ni
fantasías que podían tener su fuente en la naturaleza humana. Se informó, pues,
por medio de la superiora, la madre Irene Krzyżanowska, sobre la vida de Sor
Faustina en el convento y pidió examinar su salud física y psíquica. Al recibir
opiniones favorables en todos los aspectos y teniendo la opinión de la doctora
Elena Maciejewska de que Sor Faustina gozaba de salud mental, el padre Sopoćko,
durante algún tiempo aún, tomó una actitud de espera, no creía del todo,
reflexionaba, oraba y consultaba a sacerdotes ilustrados, guardando la
discreción absoluta acerca del contenido de las revelaciones y de la misma
penitente. Por fin confesó: Llevado más bien por la curiosidad por saber cómo
sería la imagen, que por la fe en la veracidad de las visiones de Sor Faustina,
decidí proceder a pintar esta imagen. Me comuniqué con Eugenio Kazimirowski, un
pintor que vivía en la misma casa que yo y aceptó pintar el cuadro por cierta
cuota. Hablé también con la hermana Superiora que permitió a Sor Faustina
visitar al pintor dos veces por semana para instruirlo sobre cómo debía ser la
imagen.
La primera imagen de Jesús
Misericordioso fue comenzada a principios de enero de 1934 con gran discreción.
Para no llamar la atención de las hermanas – escribió la superiora, la madre
Irene Krzyżanowska – sobre las vivencias interiores de Sor Faustina, cada
sábado iba con ella a la santa Misa a Ostra Brama y después de la santa Misa
pasábamos por el taller del pintor a quien Sor Faustina daba detalladas
instrucciones sobre cómo debía pintar la imagen del Señor Jesús Misericordioso.
El artista procuraba satisfacer todas las exigencias de Sor Faustina.
La reproducción pictórica
de la visión que Sor Faustina había tenido tres años antes en Płock, suscitaba
preguntas que el padre Sopoćko hacía a Sor Faustina y ella, con sencillez de
corazón presentaba a Jesús. Mi mirada en esta imagen es igual a la mirada desde
la cruz (Diario 326) – explicó Jesús – Los dos rayos significan la Sangre y el
Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo
simboliza la Sangre que es la vida de las almas… Bienaventurado quien viva a la
sombra de ellos, porque no le alcanzará la mano justa de Dios (Diario 299).
Despertaba dudas también la inscripción. El padre Sopoćko pidió a Sor Faustina
que preguntara también por ella. Jesús me recordó – apuntó en el Diario – lo
que me había dicho la primera vez, es decir, que estas tres palabras (la
inscripción en polaco tiene tres palabras: Jezu, ufam Tobie) debían ser puestas
en evidencia. Las palabras son éstas: “Jesús, en Ti confío” (Diario 327).
Unos meses después, en
junio de 1934, la imagen fue terminada. Sin embargo Sor Faustina no estaba
contenta, aunque el pintor y el padre Sopoćko trataron de hacer todo para
reflejar fielmente la visión de Jesús. Al volver a la capilla del convento se
quejó al Señor Jesús: ¿Quién te pintará tan bello como Tú eres? (Diario 313).
Como respuesta oyó: No en la belleza del color, ni en la del pincel, está la
grandeza de esta imagen, sino en mi gracia (Diario 313).
El padre Sopoćko colocó la
imagen en un pasillo oscuro del convento de las hermanas benedictinas, adjunto
a la iglesia de San Miguel, donde era rector. La imagen tenía un estilo nuevo –
recordaba – por eso no lo pude colgar en la iglesia sin el permiso del
Arzobispo y me avergonzaba pedírselo y más aún hablarle del origen de esta
imagen. Sor Faustina apremiada por Jesús, reclamaba que la imagen fuera colgada
en la iglesia. En la Semana Santa declaró al padre Sopoćko que Jesús exigía
decididamente colocar la imagen por tres días en Ostra Brama, donde antes del
Domingo Blanco (el primer domingo después de la Pascua de Resurrección) iba a
celebrarse el triduo para la clausura del Jubileo de la Redención del Mundo.
Pronto supe– escribió el padre Sopoćko – que iba a celebrarse ese triduo y el
párroco de Ostra Brama, canónigo Estanislao Zawadzki, me pidió decir una
homilía. Acepté con tal de que la imagen fuera colocada como ornamento en el
ventanal. Allí se presentaba de modo imponente y llamaba la atención de todos;
más que la imagen de la Madre de Dios.
La alegría que llenó a Sor
Faustina en esos días se debía, ante todo, a que se cumplió el deseo del Señor
Jesús: la imagen de la Misericordia fue expuesta para ser venerada en público,
en el lugar más significativo de Vilna en el Santuario de Nuestra Señora de
Ostra Brama y además el día que Jesús eligió para la Fiesta de la Divina
Misericordia. El padre Sopoćko dio un sermón sobre la Divina Misericordia.
Cuando hablaba, Sor Faustina vio como la imagen tomó un aspecto vivo y los
rayos penetraron en los corazones de las personas reunidas en la solemnidad,
haciéndolas felices. Y Jesús le dijo: Tú eres testigo de mi misericordia, por
los siglos estarás delante de mi trono como un vivo testigo de mi misericordia
(Diario 417).
7. Nuevas taras
No duró mucho tiempo la
alegría de haber cumplido el deseo de Jesús de pintar Su imagen y exponerla
para el culto público el primer domingo después de la Pascua de Resurrección,
el día proyectado para la Fiesta de la Divina Misericordia.Ya en mayo de 1935
Sor Faustina intuía que la esperaban nuevas tareas que temía mucho. Una vez,
cuando en lugar de una oración interior empezó a leer un libro espiritual, oyó
en el alma estas palabras: Prepararás el mundo para mi última venida (Diario
429). Estas palabras la conmovieron profundamente y aunque fingía como si no
las hubiera oído, no obstante las comprendió bien, pero de momento no habló de
ellas a nadie.
El día de Pentecostés, el
9 de junio de 1935, al anochecer, cuando estaba en la huerta, el Señor Jesús le
habló de la nueva tarea: Junto con tus compañeras implorarás la misericordia
por vosotras y por el mundo (Diario 435). Como los profetas bíblicos empezó a
enumerar sus insuficiencias y excusarse de que era incapaz de cumplir esta
obra. Jesús sin reparar en ello, no revocó lo que le había encomendado, al
contrario, la animaba a emprender la obra. No tengas miedo – dijo – Yo mismo
completaré lo que te falte (Diario 435). Sin embargo no estaba segura de si
entendía bien las palabras de Jesús de fundar una nueva congregación, ni tampoco
recibió una orden clara para decírselo al confesor. Por eso calló durante los
veinte días siguientes. Sólo durante la conversación con el director
espiritual, el padre Miguel Sopoćko, dijo que Dios exigía que hubiera una
congregación que proclamara la Divina Misericordia y la implorase para el mundo
(Diario 436). Durante esa conversación vio a Jesús que confirmó su voluntad
diciendo: Deseo que haya tal congregación (Diario 437).En vano Sor Faustina
repitió que se sentía incapaz de cumplir esos proyectos. Al día siguiente,
durante la santa Misa vio a Jesús que le dijo una vez más que deseaba esta obra
y exigía que la congregación fuera fundada lo antes posible. Después de la
Santa Comunión, en una vivencia mística, recibió la bendición de toda la Santa
Trinidad para esta obra. La bendición le dio tanta fortaleza que nada le
parecía difícil y en un acto interior consintió en cumplir esta voluntad de
Dios, a pesar de saber lo mucho que iba a sufrir por esta razón.
El 13 de septiembre de
1935, viernes, Sor Faustina, estando en su celda, tuvo una visión del Ángel que
por mandato de Dios vino a castigar la tierra. Al ver esta señal de la ira
divina, empezó a pedir al Ángel que se contuviera por algún tiempo y el mundo
haría penitencia. Pero, cuando se puso delante de la Majestad de la Santa
Trinidad, no se atrevió a repetir la plegaria. En ese mismo instante, al sentir
en su alma la fuerza de la gracia de Jesús, empezó a rogar a Dios con las
palabras que oyó dentro de ella y que formaron parte de la Coronilla a la
Divina Misericordia. Cuando así rezaba, vio la impotencia del Ángel que no
podía cumplir el justo castigo que correspondía por los pecados. A la mañana
siguiente, cuando entró en la capilla, el Señor Jesús volvió a instruirla cómo
debía rezar la misma oración en el rosario común. Primero rezarás una vez el
Padre nuestro y el Ave María y el Credo, después, en las cuentas
correspondientes al Padre nuestro, dirás las siguientes palabras: Padre Eterno,
te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu Amadísimo Hijo,
nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo
entero; en las cuentas del Ave María, dirás las siguientes palabras: Por su
dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Para
terminar, dirás tres veces estas palabras: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo
Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero (Diario 476). Esta oración
es para aplacar la ira Divina.
En las revelaciones
sucesivas, el Señor Jesús transmitió a Sor Faustina grandes promesas que
vinculó con el rezo confiado de esta coronilla. Prometió la gracia de una
muerte feliz y tranquila no solamente a quienes la rezaran, sino también a los
agonizantes junto a los cuales otras personas orasen con estas palabras. Hasta
el pecador más empedernido – dijo – si reza esta coronilla una sola vez,
recibirá la gracia de mi misericordia infinita (Diario 687). A quienes recen
esta coronilla, me complazco en darles todo lo que me pidan (Diario 1541).
Estas y otras promesas del Señor Jesús se cumplirán cuando las prácticas que Él
enseñó surjan de la actitud interior de confianza ante Dios y se unan al amor
activo al prójimo.
Durante la estancia de Sor
Faustina en Vilna, el Señor Jesús volvió al tema de instituir en la Iglesia la
Fiesta de la Divina Misericordia. Le recordó que deseaba que la fiesta se
celebrara el primer domingo después de Pascua porque las almas perecen a pesar
de Su amarga Pasión. Ese día debe ser el refugio y amparo para todas las almas
y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día – prometió – están abiertas
las entrañas de mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas
que se acercan al manantial de mi misericordia. El alma que se confiese y
reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas.
En ese día están abiertas todas las compuertas Divinas a través de las cuales
fluyen las gracias. Que ningún alma tema acercarse a mí, aunque sus pecados
sean como escarlata (Diario 699). Ese día los sacerdotes deben predicar sobre
el amor misericordioso de Dios a los hombres y despertar en los corazones de
los mismos la confianza hacia Él y con eso hacer posible recoger gracias de la
fuente de la Divina Misericordia. La humanidad no conocerá paz hasta que no se
dirija a la fuente de mi misericordia (Diario 300) – dijo Jesús a Sor Faustina.
8. Noches oscuras
En la vida de Sor
Faustina, junto con las nuevas tareas vino la segunda etapa de dolorosas
purificaciones, las llamadas noches pasivas de espíritu. La realización de la
idea de la nueva congregación era el fondo y el instrumento mediante el cual
Dios realizaba en su alma este proceso de noches oscuras. Al principio Sor
Faustina creía que Jesús deseaba que abandonara su Congregación y fundara un
convento contemplativo. Con este propósito, el 21 de marzo de 1936 salió de
Vilna para Walendów. De camino se detuvo en Varsovia donde pudo hablar de eso
con la superiora general, la madre Micaela Moraczewska, en quien tenía mucha
confianza. Al escuchar a Sor Faustina la madre general dijo que de momento la
voluntad de Dios era que se quedara en la Congregación porque en ella había
hecho los votos perpetuos. Pero dijo también que la obra de la misericordia que
Jesús le encomendó, debía ser muy bella si satanás se le oponía tanto. Le
aconsejó no darse prisa con la fundación de la nueva congregación porque si
verdaderamente era una obra de Dios, entonces con el tiempo se cristalizaría y
se vería realizada.
Después de pasar unas
semanas en Walendów, Sor Faustina fue a la casa de las Congregación en Derdy,
distante un kilómetro, donde preparaba comidas para algunas hermanas y más de
treinta escolares. La ayudaba en la cocina – recordó la hermana Serafina
Kukulska – una muchacha neófita, de carácter muy desagradable, con quien nadie
quería trabajar. Y esta muchacha, trabajando con Sor Faustina, cambió hasta
hacerse irreconocible. Sor Faustina tenía una influencia silenciosa, pero
Divina en las almas pecadoras. En Derdy Sor Faustina tenía tan poco trabajo que
su estancia en esta casa le parecía un descanso. Sin embargo pronto salió a
Cracovia donde había mejores condiciones para curar la tuberculosis. Al llegar
a la casa cracoviana se puso muy contenta esperando que pudiera cumplir, por
fin, los designios de Dios relacionados con la fundación de la nueva
congregación.
Aunque ya sabía que esta “congregación”
iba a ser una gran obra en la Iglesia, que la crearían congregaciones
masculinas y femeninas así como sociedades de personas seglares, de lo cual
habló ya en abril de 1936 en una carta al padre Sopoćko, no obstante, seguía
convencida de que su papel en esta obra consistiría en fundar un convento
contemplativo. Al llegar a Cracovia se encontró con el padre Andrasz que le
encomendó que rezara hasta la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y agregara
alguna mortificación y que el día de la fiesta él le daría la respuesta respecto
a esa cuestión. No obstante Sor Faustina apremiada interiormente no esperó la
fiesta del Sagrado Corazón, sino que durante la confesión semanal le declaró al
padre Andrasz que había tomado la decisión de abandonar la Congregación. El
director espiritual cracoviano le contestó que si ella misma había tomado tal
decisión, tomaba también la responsabilidad por sí misma. Al principio se
alegró de que ya saliera de la Congregación, pero al día siguiente la envolvió
una oscuridad tan grande y la abandonó la presencia de Dios por lo que decidió
aplazar el cumplimiento de su decisión hasta consultarla durante el siguiente
encuentro con el confesor.
Al principio la madre
general no consintió que Sor Faustina saliera de la Congregación y la prevenía
contra la ilusión y la actuación precipitada, pero cuando fue a visitar la casa
de Cracovia, el 4 de mayo de 1937, le dijo: Hasta ahora siempre la retenía,
hermana, pero ahora le dejo toda la libertad. Si usted quiere, puede dejar la
Congregación o si usted prefiere, puede quedarse (Diario 1115). Sor Faustina
decidió salir y escribir inmediatamente al Santo Padre pidiendo la dispensa de
sus votos. Pero esta vez también la envolvieron unas tinieblas tan grandes que
regresó a la habitación de la madre para contarle su tormento y su lucha.
Aquel fue el último
intento de abandonar la Congregación, sin embargo la lucha espiritual
perduraba. Nadie comprenderá ni entenderá mis tormentos – escribió en el Diario
– ni yo lograré describirlos, ni puede haber otro sufrimiento mayor que éste.
Los tormentos de los mártires no son mayores, ya que en tales momentos la
muerte sería para mí un alivio y no sé con qué comparar estos sufrimientos,
esta interminable agonía del alma (Diario 1116). En el fuego del combate
espiritual iba purificándose su alma. La mente, la voluntad, la memoria, los
sentimientos y todos los sentidos, en armonía cada vez más plena, se sometían a
Dios y disponían al alma a la total unión con Él. Dios nunca da por encima de
las fuerzas – decía Sor Faustina – si los sufrimientos son grandes, también la
gracia de Dios es grande. En la oscuridad de las noches pasivas Dios le daba
momentos de descanso y de gran alegría. De repente vi a Jesús – describía uno
de tales momentos – que me dijo estas palabras: „Ahora sé que no me amas por
las gracias ni por los dones, sino porque mi voluntad te es más querida que la
vida. Por eso me uno a ti tan estrechamente como a ninguna otra criatura”. En
aquel momento Jesús desapareció. La presencia de Dios inundó mi alma; sé que
estoy bajo la mirada de este Soberano. Me sumergí totalmente en el gozo que
mana de Dios. El día entero viví sumergida en Dios, sin ningún intervalo
(Diario 707-708).
En junio de 1937 anotó en
el Diario la forma definitiva de esta obra que es una y que comprende tres aspectos.
El primer aspecto es aquel en el cual las almas apartadas del mundo arderán
como víctimas ante el trono de Dios y pedirán misericordia para el mundo entero
y prepararán al mundo para la venida final de Cristo. El segundo aspecto son
las congregaciones activas que unirán la oración con las obras de misericordia
y en este mundo lleno de egoísmo harán presente el amor misericordioso de Dios.
Al tercer aspecto pueden pertenecer todas las personas que a través de ejercer
misericordia al prójimo cada día con la acción, la palabra y la oración por
amor a Jesús, cumplirán las tareas de esta obra.
La realización de esta
tarea le causó a Sor Faustina los mayores sufrimientos, pero también la llevó a
la total unión con Jesús, a los llamados desposorios y casamiento místicos. Los
poderes del alma purificados en las noches pasivas ya no ponían ningún
obstáculo: la razón y a voluntad deseaban solamente a Dios y lo que Él deseaba.
El Señor la conducía a un mundo de la unión con Él cada vez más estrecha, la
preparaba para acoger la gracia del casamiento místico: En aquel momento me
penetró la luz divina y me sentí la propiedad exclusiva de Dios y sentí la
máxima libertad de espíritu de la que antes no tenía ni idea (Diario 1681).
Desde aquel momento solamente una fina cortina de fe la separaba de la unión
con Dios que tienen los santos en el cielo.
9.”Te envío al mundo entero”
En el convento de Cracovia
Jesús terminó de comunicar a Sor Faustina la profética misión. En octubre de
1937 le transmitió la nueva forma de culto de la Divina Misericordia. Mandó
celebrar el momento de su muerte en la cruz: A las tres – dijo – ruega por mi
misericordia, en especial para los pecadores y aunque sólo sea por un brevísimo
momento, sumérgete en mi Pasión, especialmente en mi abandono en el momento de
mi agonía. Ésta es la hora de la gran misericordia para el mundo entero (Diario
1320). En otra visión sucesiva le comunicó los modos de practicar esta forma de
culto. Si puedes – dijo a Sor Faustina – reza el Vía Crucis y si no te lo
permiten los deberes, ven a orar un momento delante del Santísimo Sacramento y
si eso tampoco es posible, sumérgete en oración allí donde estés. Con una
confiada oración a las tres de la tarde elevada a Jesús a través de los méritos
de su Pasión, se vincula la promesa de todo tipo de gracias que podemos
alcanzar para nosotros y para los demás, naturalmente si están de acuerdo con
la voluntad de Dios, es decir, si son buenas para el hombre en la perspectiva
de la eternidad. En esa hora puedes obtener todo lo que pides para ti y para
los demás. En esa hora se estableció la gracia para el mundo entero: la
misericordia triunfó sobre la justicia (Diario 1572) – aseguró Jesús a Sor
Faustina.
En Cracovia Sor Faustina
seguía escribiendo su diario y apuntando en él las palabras de Jesús, sus
extraordinarias experiencias místicas y también bellas reflexiones sobre el
misterio de la misericordia Divina. El tiempo de enfermedad, dos estancias de
más de ocho meses en total, en el hospital de Prądnik favorecieron la escritura,
por eso en Cracovia surgió la mayor parte de sus apuntes espirituales. En ese
tiempo también, por mandato de su director espiritual de Vilna, Sor Faustina
subrayó las palabras de Jesús en todo el diario.
A lo largo de todo el
diario, como un estribillo se repiten las palabras de Jesús que pide proclamar
al mundo su misericordia. Sor Faustina muchas veces oyó esta apremiante
llamada: Escribe… habla al mundo de mi misericordia, de mi amor. Me queman las
llamas de la misericordia, deseo derramarlas sobre las almas de los hombres.
Oh, qué dolor me dan cuando no quieren aceptarlas. Haz lo que esté en tu poder
para difundir la devoción a mi misericordia. Yo supliré lo que te falta. Dile a
la humanidad doliente que se abrace a mi Corazón misericordioso y Yo la llenaré
de paz. Di, hija mía, que soy el Amor y la Misericordia mismos (Diario 1074).
Esta tarea es
particularmente importante, visto que Jesús vinculó con ella grandes promesas.
Dijo: A las almas que propagan la devoción a mi misericordia, las protejo
durante toda su vida como una madre cariñosa [protege] a su niño recien nacido
y a la hora de la muerte no seré para ellas Juez sino Salvador misericordioso
(Diario 1075). Prometió una gracia especial a los sacerdotes que proclamen la
verdad sobre el amor misericordioso de Dios al hombre: ungirá sus palabras y
les dará una fuerza tan grande que se ablandarán hasta los pecadores más
empedernidos.
Sor Faustina cumplía esta
tarea con el testimonio de su vida, escribiendo el diario donde revelaba la
extraordinaria riqueza del amor misericordioso de Dios a cada persona y a
través de sus contactos diarios con los demás. Un día – recordaba la hermana
Eufemia Traczyńska – cuando estábamos en la panadería pelando manzanas, vino
Sor Faustina. Estábamos sentadas en un banco, una junto a la otra y Sor
Faustina se acercó por detrás, nos abrazó y puso su cabeza entre las nuestras.
La hermana Amelia que tenía la conciencia muy sensible, le preguntó:- Hermana,
¿cómo será eso? porque parece que uno hace esfuerzos y, a pesar de eso, durante
la semana se peca tanto; ¿cómo arreglárselas con todo ello? – Con esto será así
– dijo Sor Faustina – Cuando hay un patio y se anda por él toda la semana,
entonces se ensucia. Y cuando viene el sábado, se limpia y barre y queda
limpísimo. Igual nosotros, vamos a la confesión, nos confesamos y tenemos las
almas limpísimas y no tenemos por qué preocuparnos. El Señor Jesús se las
arreglará. En los contactos cotidianos Sor Faustina sabía interpretar las
dificultades de la vida en espíritu de una fe viva y ver en todo la bondad de
Dios. A menudo hablaba a las hermanas y las alumnas del amor de Dios a cada
persona y del gran valor que tiene el ejercer el bien al prójimo. Una vez,
pasando junto a la capilla, dijo a la hermana Damiana Ziółek: Oí que el Señor
Jesús dijo que en el Juicio Final juzgará el mundo solamente por la
misericordia, porque Dios es Todo Misericordia… y cada uno haciendo
misericordia o descuidándola, se juzgará a sí mismo.
La llamada a proclamar el
mensaje sobre el amor misericordioso de Dios al hombre es – según dijo Jesús –
la última tabla de salvación para muchas almas que perecen a pesar de su amarga
Pasión. También es el camino para alcanzar la paz en los corazones humanos y
entre los pueblos: La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con
confianza a mi misericordia (Diario 300). Y ha de preparar el mundo para la
segunda venida de Jesús a la tierra. Nadie puede negar que Dios es
infinitamente misericordioso. Él desea que todos lo sepan; antes de volver como
Juez, desea que las almas lo conozcan como Rey de la Misericordia (Diario 378)
– apuntó Sor Faustina en su diario.
De este aspecto de la
profética misión le habló también la Santísima Madre que acompañaba fielmente a
Sor Faustina. Durante la meditación matutina – apuntó Sor Faustina – vi a la
Santísima Virgen que me dijo: Yo di al mundo el Salvador y tú debes hablar al
mundo de su gran misericordia y preparar al mundo para su segunda venida. Él
vendrá no como un Salvador Misericordioso, sino como un Juez Justo. Oh, qué
terrible es ese día. Establecido está el día de la justicia, el día de la ira
divina. Los ángeles tiemblan ante ese día. Habla a las almas de esa gran
misericordia, mientras haya aún tiempo para conceder la misericordia. Si ahora
tú callas, en aquel día tremendo responderás por un gran número de almas. No
tengas miedo de nada, permanece fiel hasta el fin, yo te acompaño con mis
sentimientos (Diario 635).
El misterio de la
misericordia Divina estaba en el centro mismo de la vida y la misión apostólica
de Sor Faustina. Según las palabras de Jesús y de su Madre, ella debía vivirlo,
reflejarlo en su corazón y en su obrar y darlo a conocer al mundo entero. Esta
tarea parecía estar por encima de sus posibilidades, puesto que vivía en el
convento, era una hermana sencilla que ejercía sus prosaicos menesteres, no
tenía amplios contactos con otras personas ni las posibilidades para divulgar
este mensaje en el mundo. Y, sin embargo, a ella dirigió Jesús estas asombrosas
palabras: En el Antiguo Testamento enviaba a los profetas con truenos a mi
pueblo. Hoy te envío a ti a toda la humanidad con mi misericordia (Diario 1588).
Creía sinceramente en estas palabras, aunque no siempre sabía cómo sucedería
esto. Pero sí, sabía, que la capilla del convento de Cracovia sería un lugar de
culto de la Divina Misericordia. Cuando la hermana Bożenna Pniewska se quejaba
de que a la capilla del convento de Łagiewniki tenían acceso solamente las
hermanas y las alumnas, le dijo: Pronto llegará el día en que esta puerta
estará abierta y la gente vendrá para rezar a la Divina Misericordia.
10. A casa del Padre misericordioso
La tuberculosis reconocida
tan sólo en Vilna, hacía grandes estragos en el organismo de Sor Faustina.
Atacó las vías respiratorias y el tubo digestivo. Las superioras la enviaron a
tratarse al sanatorio de los Institutos Sanitarios Urbanos de Cracovia. Por
primera vez fue allí en diciembre de 1936 y estuvo cuatro meses con un
intervalo para las fiestas de Navidad. Ya en el tercer día de su estancia en el
sanatorio experimentó la eficacia de la Coronilla a la Divina Misericordia
dictada por Jesús. Por la noche fue despertada y conoció que un alma le pedía
la oración. Al día siguiente cuando entró en la sala vio a una persona
agonizante y supo que la agonía había empezado ya en la noche a la hora en que
había sido despertada. En el alma oyó la voz de Jesús: Reza la coronilla que te
he enseñado (Diario 810). Corrió a buscar el rosario y se arrodilló junto a la
agonizante y con todo el ardor de su espíritu se puso a rezar la oración
pidiendo a Jesús que cumpliera la promesa que vinculó a esta Coronilla. De
súbito la agonizante abrió los ojos, miró a Sor Faustina y murió con una
serenidad misteriosa. Y Jesús dijo: Defenderé como mi gloria a cada alma que
rece esta coronilla en la hora de la muerte, o cuando los demás la recen junto
al agonizante, que obtendrán el mismo perdón. Cuando cerca de un agonizante es
rezada esta coronilla, se aplaca la ira divina y la insondable misericordia
envuelve el alma y se conmueven las entrañas de mi misericordia por la dolorosa
Pasión de mi Hijo (Diario 811).
De este modo Sor Faustina
empezó su asistencia hospitalaria a los agonizantes. Y aunque ella misma estaba
gravemente enferma y más de una vez ni siquiera pudo participar de la santa
Misa completa, siempre veía a quienes necesitaban su ayuda. Cuando la
superiora, preocupada por el estado de su salud, le prohibió visitar a los
moribundos, ofrecía por ellos sus oraciones y los actos de obediencia que,
según le dijo Jesús, a sus ojos tenían más valor que grandes obras emprendidas
por su propia voluntad. En aquellos tiempos ayudaba no solamente a los
agonizantes en el hospital, sino también, gracias al don de la bilocación, a
quienes morían lejos, fuera de su alcance físico. Ocurrió así un par de veces
cuando moría alquilen en el segundo o el tercer pabellón, o en un lugar alejado
varias centenas de kilómetros de Cracovia. Ayudó de este modo también a algunos
parientes y familiares moribundos, unas hermanas religiosas y personas de vida
completamente desconocidas. Para el espíritu el espacio no existe.
En el hospital recibió
muchas gracias extraordinarias. En los primeros días después de su ingreso,
cuando sufría mucho por no haber podido confesarse casi tres semanas en mi
habitación aislada entró el Padre Andrasz y se sentó para que me confesara –
escribió en el Diario – Antes no dijo ni una palabra. Me alegré grandemente
porque deseaba muchísimo confesarme. Como siempre revelé toda mi alma. El Padre
me dio respuesta hasta a la cosa más pequeña. Me sentía extrañamente feliz de
poder decir todo. Como penitencia me dio: Letanías del Nombre de Jesús. Cuando
quería presentarle la dificultad que tenía para rezar aquellas letanías, se
levantó y me dio la absolución. De repente un gran resplandor comenzó a salir
de su persona y vi que no era el Padre Andrasz sino Jesús. Sus vestiduras eran
claras como la nieve, y desapareció en seguida. Al principio me quedé un poco
inquieta, pero un rato después cierta tranquilidad entró en mi alma. Noté que
Jesús confiesa como los confesores, sin embargo durante esta confesión mi
corazón extrañamente intuía algo (Diario 817).
El gran sufrimiento físico
y espiritual iba acompañado por grandes gracias que Sor Faustina ocultaba
delante de los demás, hablando de ellas solamente a los confesores. Sin
embargo, de vez en cuando hubo algún testigo. Una vez fui a Prądnik para visitarla
– recordaba la hermana Cayetana Bartkowiak – y llamé a la puerta. Siempre
contestaba: „Adelante” y aquella vez yo llamaba y llamaba y nadie me invitó a
entrar. Pensé que seguramente estaba en la habitación porque estaba enferma, en
la cama. Entonces abrí la puerta y entré. Miré y ella estaba levitando sobre la
cama, mirando a lo lejos como si viera algo, completamente diferente,
transformada. Me puse al lado de la mesilla donde había un pequeño altar y me
invadió un gran temor, pero u momento después, ella volvió en sí y me dijo:
„Oh, hermana, ha venido usted. Muy bien”. Informada de lo ocurrido la madre
Irene Krzyżanowska prohibó hablar de eso y así se guardaba el secreto de la
extraordinaria vida mística de Sor Faustina.
La primera etapa del
tratamiento hospitalario terminó en marzo de 1937. Sor Faustina un poco
mejorada regresó al convento de Łagiewniki. Sin embargo ya en abril su estado
de salud empeoró y en julio las superioras la enviaron a la casa de la
Congregación en el balneario de Rabka Zdrój. Pero el riguroso clima de montaña
no le era favorable y trece días después regresó a Cracovia llevando consigo el
apoyo de San José para esa obra de Misericordia encomendada por el Señor. San
José le prometió a Sor Faustina su ayuda y protección especiales, pero exigió
que rezara cada día tres veces el Padrenuestro, el Avemaría y Gloria y una vez
el “Recuerda”, oración que la Congregación rezaba en honor de San José. Desde
entonces Sor Faustina sabía que cumpliendo su misión gozaba del respaldo de la
Virgen María y también de la ayuda de San José. La ayudaban igualmente otros
santos y ángeles, cuya compañía y auxilio más de una vez experimentó de modo
palpable.
Al regresar de Rabka Sor
Faustina no volvió a la huerta debido a su mala salud, sino que fue destinada
al trabajo más llevadero en la puerta. Allí tuvo muchas oportunidades para
ejercitar su misericordia a las personas que venían pidiendo ayuda. Eran
desempleados, niños hambrientos, mendigos… En cada uno de ellos intentaba ver a
Jesús mismo y por amor a Él practicar el bien a todos. Una vez vino a la puerta
un joven macilento, en harapos, descalzo y con la cabeza descubierta, estaba
pasmado de frío porque hacía un día lluvioso y frío. Pidió algo de comer
caliente – relató este acontecimiento Sor Faustina – Pero cuando fui a la
cocina no encontré nada para los pobres; sin embargo tras buscar un rato
encontré un poco de sopa que calenté y puse un poco de pan desmigajado. Se lo
di al pobre que lo comió. En el momento en que le retiraba el vaso, me hizo saber
que era el Señor del cielo y de la tierra. En cuanto lo vi tal como es,
desapareció de mis ojos. Cuando entré en la casa pensando en lo que había
sucedido en la puerta, oí estas palabras en el alma: Hija mía, han llegado a
mis oídos las bendiciones de los pobres que alejándose de la puerta me bendicen
y me han agradado esta misericordia tuya dentro de los límites de la obediencia
y por eso he bajado del trono para gustar el fruto de tu misericordia (Diario
1312).
En los primeros meses de
1938 la salud de Sor Faustina empeoró aún más. Por eso, después de la Pascua de
Resurrección, las superioras la enviaron otra vez al hospital de Prądnik. Las
hermanas del Sagrado Corazón que trabajaban en este hospital prepararon una
habitación aislada y, por la noche, una de ellas anunció a Sor Faustina que al
día siguiente no tendría la Santa Comunión por estar muy débil. Por la mañana
hice la meditación – escribió Sor Faustina en el Diario – y me preparé para la
Santa Comunión, aunque no iba a recibir al Señor Jesús. Cuando mi anhelo y mi
amor llegaron al punto culminante, de repente, junto a mi cama vi a un Serafín
que me dio la Santa Comunión diciendo estas palabras: He aquí el Señor de los
ángeles. Cuando recibí al Señor, mi espíritu se sumergió en el amor de Dios y
en el asombro. Eso se repitió durante 13 días, sin tener yo la certeza de que
al día siguiente me la trajera (Diario 1676).
Continuó haciendo apuntes
en su diario casi hasta final de junio. Apuntó las palabras de Jesús, sus
oraciones, reflexiones e importantes acontecimientos, entre ellos los últimos
ejercicios espirituales de tres días, dirigidos por Jesús mismo, antes de la
Solemnidad de Pentecostés. Cada día Jesús le daba el tema de la meditación, los
puntos para meditar e impartía conferencias: sobre la lucha espiritual, sobre
el sacrificio y la oración y sobre la misericordia. Sor Faustina debía
considerar el amor de Jesús hacia ella y el amor al prójimo. Bajo tal dirección
su mente penetraba con facilidad en todos los misterios de la fe y una llama
viva de amor inflamaba su corazón. El día de Pentecostés renovó los votos
religiosos. Su alma trató de modo particular con el Espíritu Santo cuyo soplo
llenó su alma de un deleite indescriptible y el corazón se sumergió en
agradecimiento por estas grandísimas gracias.
Las hermanas que visitaban
a Sor Faustina en el hospital veían esa radiante alegría. La visitaba a menudo
– recordaba la hermana Serafina Kukulska – y siempre la encontraba serena,
hasta alegre, a veces como radiante, pero nunca descorrió el velo de su
felicidad. En Prądnik se sentía muy feliz y nunca se quejó del sufrimiento. Los
médicos, las hermanas, los enfermos todos eran muy buenos con ella. La hermana
Felicia Żakowiecka visitaba a Sor Faustina dos veces por semana. Una vez habló
con el doctor Adán Sielberg sobre su estado de salud. Cuando el médico contestó
que era muy malo, la hermana replicó: ¿Y usted, doctor, le permite ir a la
santa Misa? El doctor Sielberg contestó: Su salud es muy mala, incurable, pero
ella es una religiosa extraordinaria, por lo que no hago caso de ello. Otras,
en su lugar, no se levantarían; la vi cómo yendo a la capilla se apoyaba contra
la pared.
El estado de salud de Sor
Faustina iba empeorando y se estaba acercando el fin de su vida terrena.
Consciente de ello se despedía de su comunidad conventual. En agosto de 1938
escribió una carta a la superiora general, la madre Micaela Moraczewska:
Queridísima Madrecita, me parece que ésta es nuestra última conversación en la
tierra. Me siento muy débil y estoy escribiendo con una mano temblorosa. Sufro
tanto cuanto soy capaz de soportar. Jesús no da por encima de las fuerzas. Si
los sufrimientos son grandes, la gracia de Dios es potente. Confío plenamente
en Dios y en su santa voluntad. Me envuelve una añoranza de Dios cada vez
mayor. La muerte no me atemoriza, mi alma abunda en una gran serenidad.
Agradeció por todo el bien que había recibido de la madre y en la Congregación.
Pidió perdón por no haber observado las reglas con exactitud, por haber faltado
al amor para con otras hermanas y pidió la oración y la bendición para la hora
de la muerte. Terminó la carta con las palabras: Hasta la vista, queridísima
Madrecita, nos veremos en el cielo, a los pies del trono de Dios. Y ahora ¡qué
la Divina Misericordia sea glorificada en nosotros y a través de nosotros!
En el hospital de Prądnik
habló también por última vez con su director espiritual de Vilna, el padre
Miguel Sopoćko que en la primera mitad de septiembre de 1938 estuvo en Cracovia
y aprovechó esa oportunidad para visitar a su excepcional penitente y escuchar
de su boca, antes de que muriera, las indicaciones referentes a la obra de la
Misericordia que Jesús había empezado a través de ella. Sor Faustina le dijo
entonces que, ante todo, debía hacer gestiones encaminadas a instituir en la
Iglesia la Fiesta de la Divina Misericordia, sin ocuparse demasiado de la nueva
congregación, ya que ciertos signos le indicarían quién y qué debía hacer en
esa cuestión. Dijo que iba a morir pronto y que ya había arreglado todo lo que debía
transmitir y escribir. Después de despedirse de Sor Faustina, el padre Sopoćko
salió de su habitación aislada, pero se acordó de que no le había dejado los
folletos con las oraciones a la Divina Misericordia dictadas por Jesús. Volvió
y al abrir la puerta vio a Sor Faustina levitando sobre la cama y sumergida en
oración. Su mirada– relató el Padre Sopoćko- estaba clavada en un objeto
invisible, las pupilas un poco dilatadas, en el primer momento no me hizo caso
y yo no quería molestarla, por lo que pensé retirarme. Sin embargo pronto
volvió en sí, me vio y me pidió perdón por no haber oído cuando llamé a la
puerta, ni cuando entré. Le entregué aquellas oraciones y me despedí, y ella
dijo: „Hasta la vista en el cielo”. Cuando el 26 de septiembre la visité por
última vez en Łagiewniki, no quiso hablar conmigo, o más bien, no pudo,
diciendo: „Estoy ocupada por el trato con el Padre Celestial”. Realmente, daba
la impresión de un ser sobrenatural. En aquel momento no tuve la menor duda de
que lo que escribió en su Diario sobre la Santa Comunión recibida en el
hospital de manos de un ángel, respondía a la verdad.
Después de volver del
hospital (el 17 de septiembre de 1938) Sor Faustina esperaba el momento del
paso de este mundo a la casa del Padre, en la enfermería del convento. Las
hermanas la vigilaban por turno. La superiora de la casa, la madre Irene
Krzyżanowska, la visitaba allí con gusto, viendo en ella mucha paz y un encanto
singular. Desapareció por completo la tensión relacionada con la realización de
la obra de la Misericordia encomendada por el Señor. La Fiesta de la Divina
Misericordia será, lo veo, deseo solamente la voluntad de Dios – dijo a la
superiora. Preguntada por ella si estaba contenta de morir en esta
Congregación, contestó: Sí. Usted, Madrecita, verá que la Congregación tendrá
muchas consolaciones a través de mí. Poco antes de morir se levantó un poco en
la cama, le pidió a la superiora que se acercara y entonces susurró: El Señor
Jesús quiere enaltecerme y hacerme santa. – Vi en ella mucha seriedad, tuve una
sensación extraña de que Sor Faustina entendía esta afirmación como un don de
la misericordia de Dios, sin sombra de soberbia– recordaba la madre Irene.
En la tarde del 5 de
octubre de 1938, al convento de Łagiewniki llegó el padre Andrasz que por
última vez le dio a Sor Faustina la absolución y el sacramento de los enfermos.
Aquel mismo día, a la hora de cenar se oyó el timbre. Las hermanas se
levantaron de la mesa del refectorio y subieron a la habitación aislada donde
estaba Sor Faustina. Junto a la cama estaba el capellán, el padre Teodoro
Czaputa y la hermana superiora, la madre Irene Krzyżanowska y, en el pasillo,
las demás hermanas de la comunidad cracoviana. En común rezaron por los
moribundos y después Sor Faustina dijo a la superiora, la madre Irene que no
iba a morir en aquel momento. Las hermanas fueron al oficio vespertino. Entre
ellas estaba la hermana juniora Eufemia Traczyńska que oyó a la hermana Amelia
Socha diciendo que, fuera como fuera, Sor Faustina seguramente iba a ser santa.
Quería ver, pues, cómo morían los santos. Sin embargo no podía contar con el
permiso de la superiora para vigilar a la hermana enferma de tuberculosis.
Pidió, pues, a las almas sufrientes en el Purgatorio que la despertasen cuando
llegara el momento de la agonía. Me acosté a la hora habitual – recordó la
hermana Eufemia – y me dormí en seguida. De repente alguien me despierta:- Si
usted, hermana, quiere asistir a la muerte de Sor Faustina, levántese.
Comprendí en seguida que hubo un malentendido. La hermana que vino para
despertar a la hermana Amelia, se equivocó de celdas y vino a la mía. En seguida
desperté a la hermana Amelia, me puse el hábito y la cofia y fui corriendo a la
enfermería. Eran alrededor de las once de la noche. Cuando llegamos allí, Sor
Faustina abrió levemente los ojos y sonrió un poco y después inclinó la cabeza
y ya… La hermana Amelia dijo que estaría muerta, había muerto. Miré a la
hermana Amelia sin decir nada. Continuábamos orando. El cirio ardió todo el
tiempo.
El funeral se celebró el 7
de octubre, el día de la fiesta de la Virgen del Rosario. A la cripta donde
estaba el ataúd de Sor Faustina venían a rezar las hermanas, las alumnas y
también los trabajadores de la granja. Estaba entre ellos Juanito del que se
decía que no practicaba. Estaba junto al ataúd de Sor Faustina y lloraba, por
la gran impresión que produjo en él. Según se decía, después del entierro se
convirtió. También la invidente Edviga, alumna mayor, habló de sus singulares
vivencias. Después del oficio de difuntos, presidido por el padre Ladislao
Wojtoń SJ y con la participación de dos otros sacerdotes, las hermanas en sus
propios hombros transportaron el ataúd de Sor Faustina al cementerio conventual
ubicado en el fondo del jardín.
Sor Faustina alcanzó la
plenitud de la unión con Dios y entonó el himno en honor de Su misericordia
insondable. Y a nosotros, vivientes en la tierra, nos dejó la promesa: ¡No te
olvidaré, pobre tierra! , aunque siento que me sumergiré inmediatamente toda en
Dios, como en un océano de felicidad, eso no me impedirá volver a la tierra y
dar ánimo a las almas e invitarlas a confiar en la Divina Misericordia. Al
contrario, esa inmersión en Dios me dará unas posibilidades ilimitadas para
obrar (Diario 1582).
11. ”Mi misión no termina con mi muerte”
Durante la vida de Sor
Faustina su profética misión fue mantenida en un secreto riguroso. Sabían de
ella solamente el padre Miguel Sopoćko, el padre José Andrasz y algunas
superioras. Después de la muerte de Sor Faustina, durante la II Guerra Mundial,
su confesor de Vilna dio a conocer el nombre de la iniciadora del culto a la
Divina Misericordia que estaba propagándose rápidamente. En la Congregación de
las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia siguió su ejemplo la
superiora general, la madre Micaela Moraczewska que yendo de casa en casa habló
de la gran designación y de la misión que Dios encomendó a Sor Faustina. Lo que
más me llamaba la atención en Sor Faustina – escribió después de su muerte – y
hoy, con la distancia, sigue llamando, como un síntoma extraordinario, fue que
especialmente en los últimos meses de su enfermedad, se olvidó por completo de
sí misma en favor de propagar el culto a la Divina Misericordia. No manifestó
ni siquiera la menor duda respecto a la veracidad de su misión ni el temor a la
muerte, absorta toda por la idea principal de su vida: el culto a la Divina
Misericordia.
Los años de la cruel
guerra favorecieron la propagación del culto a la Divina Misericordia que
aportaba luz y esperanza a la vida de la gente. Junto con este culto iba
creciendo la fama de santidad de la vida de Sor Faustina. A su tumba de
Łagiewniki empezaron a llegar peregrinos y pedir por su intercesión las gracias
deseadas. En la capilla del convento, el padre José Andrasz bendijo la imagen
de Jesús Misericordioso, pintado según la visión de Sor Faustina y dio inicio a
solemnes oficios en honor a la Divina Misericordia a los cuales acudía una
muchedumbre de habitantes de Cracovia y de las cercanías. Para orar delante de
esta imagen venía también un joven trabajador del vecino Solvay, Karol Wojtyła
que ya en aquel tiempo conocía el culto a la Divina Misericordia en las formas
transmitidas por Sor Faustina. Al hacerse sacerdote, celebraba en esta capilla
solemnes oficios en honor a la Divina Misericordia cada tercer domingo del mes.
Siendo Obispo de Cracovia,
en 1965 inició el proceso diocesano encaminado a elevar a Sor Faustina a los
altares. Por su parte fue un acto de gran coraje, ya que desde 1959 era vigente
la notificación de la Sede Apostólica que prohibía propagar el culto a la
Divina Misericordia en las formas transmitidas por Sor Faustina. La
notificación se debió a las malas traducciones de su diario y a la práctica de
este culto a veces incorrecta. En tiempos del comunismo el contacto con la Sede Apostólica era difícil y no fue
posible rechazar la acusación formulada por la Sede Apostólica respecto a los
escritos de Sor Faustina. Sin embargo, aquel tiempo, dicho sea de paso
anunciado por Sor Faustina, fue aprovechado para examinar teológica- mente a
fondo los escritos de la Apóstol de la Divina Misericordia y para poner los
debidos fundamentos en la práctica de este culto. El cardenal Karol Wojtyła,
asegurado de que tal situación no impedía comenzar el proceso, lo realizó sin
demora y envió las actas del proceso a la Congregación romana que continuó
verificando el heroísmo de las virtudes y posteriormente el milagro que junto a
la tumba de Sor Faustina experimentó la señora Maureen Digan de los Estados
Unidos.
En la Fiesta de la
Misericordia, el 18 de abril de 1993, el Santo Padre Juan Pablo II elevó a Sor
Faustina a la gloria de los altares. Durante la homilía en la Plaza de San
Pedro de Roma se refirió a sus palabras: Siento muy bien que mi misión no
termina con mi muerte, al contrario, apenas empieza (Diario 281)- e hizo
constar: Y así realmente ha sucedido. La misión de Sor Faustina continúa y está
dando frutos sorprendentes. ¡Es realmente maravilloso el modo en que su
devoción a Jesús Misericordioso se abre camino en el mundo contemporáneo y
conquista tantos corazones humanos! Esto es sin duda un signo de nuestro siglo
XX. El balance de este siglo que termina, presenta además de las conquistas,
que a menudo han superado las de las épocas anteriores, una inquietud profunda
respecto al futuro. ¿Dónde, por lo tanto, sino en la Divina Misericordia, el
mundo puede encontrar el refugio y la luz de la esperanza? Las personas
creyentes lo presienten perfectamente.
Después de aceptar la Sede
Apostólica el segundo milagro la sanación de una enfermedad incurable de
corazón del padre Ronald Pytel de Baltimore – el Santo Padre Juan Pablo II incluyó
a Sor Faustina en el círculo de los santos de la Iglesia Católica. La
canonización tuvo lugar el día de la Fiesta de la Divina Misericordia, el 30 de
abril de 2000, en la Plaza de San Pedro en Roma, con la participación de
numerosos obispos, presbíteros, hermanas religiosas y peregrinos del mundo
entero reunidos en un gran número. Gracias a la transmisión directa de
televisión, en la misma solemnidad participaron eclesiásticos y peregrinos
congregados en el Santuario de la Divina Misericordia en Cracovia-Łagiewniki.
Varias decenas de años antes, Sor Faustina describió esta solemnidad de este
modo: De inmediato me vi en Roma, en la capilla del Santo Padre, pero a la vez
estaba en nuestra capilla, y la solemnidad del Santo Padre y de toda la Iglesia
estaba estrechamente unida a nuestra capilla, y de manera especial a nuestra
Congregación; y participé al mismo tiempo en la solemnidad de Roma y la de
aquí. La capilla estaba adornada solemnemente y aquel día podían entrar en ella
todos, cualquiera que quisiera. Hubo tanto gentío que yo no lograba abarcarlo
con la vista. Todos participaban en esa solemnidad con gran alegría y muchos
recibieron lo que habían deseado. La misma solemnidad tenía lugar en Roma, en
un bello templo y el Santo Padre con todo el clero celebraba esta solemnidad. Y
de repente vi a San Pedro que se puso entre el altar y el Santo Padre. ¿Qué
decía San Pedro? No pude escucharlo, pero vi que el Santo Padre comprendía sus
palabras… (Diario 1044).
Durante esa solemnidad que
se celebraba en el Año del Jubileo, el Santo Padre Juan Pablo II instituyó la
Fiesta de la Divina Misericordia para toda la Iglesia y transmitió al mundo el
profético mensaje de la Misericordia para el tercer milenio de la fe. Lo
transmito a todos los hombres – dijo – para que aprendan a conocer cada vez
mejor el verdadero rostro de Dios y el verdadero rostro de los hermanos. Dos
años después, por segunda vez como papa, peregrinó al Santuario de Łagiewniki,
a la nueva basílica por él consagrada para encomendar al mundo a la Divina
Misericordia. Dijo entonces que deseaba que el mensaje del amor misericordioso
de Dios, proclamado aquí a través de Sor Faustina, llegue a todos los
habitantes de la tierra y llene sus corazones de esperanza. Que este mensaje se
difunda desde este lugar a toda nuestra amada patria y al mundo entero. Ojalá
se cumpla la firme promesa del Señor Jesús: de aquí debe salir „la chispa que
preparará al mundo para su última venida” (cfr. Diario 1732). Es preciso
encender esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso transmitir al mundo este
fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz
y el hombre, la felicidad.
Hoy, probablemente no hay
ningún país sin la imagen de Jesús
Misericordioso. La Fiesta de la Misericordia figura en el calendario
litúrgico de toda la Iglesia, la Coronilla a la Divina Misericordia es rezada
incluso en dialectos africanos y la oración en la hora de la agonía de Jesús en
la cruz, la llamada Hora de la Misericordia se está haciendo cada vez más
popular. Nacido de la experiencia mística y del carisma de Sor Faustina, el
Movimiento Apostólico de la Divina Misericordia, es decir “la congregación” que
Jesús le encomendó fundar, abarca diferentes congregaciones, sociedades,
hermandades, apostolados y a las personas que emprenden su misión
individualmente. Trae al mundo el mensaje de la Misericordia a través del
testimonio de vida, la obra, la palabra y la oración. La Congregación de las
Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia ha adoptado plenamente la
profética misión de Sor Faustina y el 25 de agosto de 1995 la consideró como su
fundadora espiritual. Los teólogos inspirados por Sor Faustina sondean el
misterio de la misericordia de Dios, los apóstoles de la Divina Misericordia
aprenden en su escuela la actitud de confianza ante Dios y de misericordia ante
el prójimo, el amor a la Eucaristía y la Iglesia, y también la auténtica
devoción a la Madre de Dios de la Misericordia. En Polonia como en el mundo se
están fundando numerosas iglesias bajo la advocación de la Divina Misericordia,
de Jesús Misericordioso y de Santa Sor Faustina. Como hongos después de la
lluvia han crecido nuevos santuarios de la Divina Misericordia donde, de modo
particular, se está proclamando la verdad sobre el amor misericordioso de Dios
a cada persona. Realmente, la misión de Sor Faustina no ha terminado con su
muerte, sino que continúa y está dando frutos sorprendentes.
Del libro de la hna.
Elżbieta Siepak ZMBM,
Titulado “El don de Dios a
nuestro tiempo”
Traducción al español –
Ewa Bylicka
Elaboración del texto en
español – Ewa Bylicka
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